Sunday, October 15, 2006

III

Tengo sida dijo April dejándose caer en el sillón de la sala, sus padres que veían televisión tardaron unos segundos en entenderlo. Ella había pasado toda la tarde tratando de entenderlo ella misma, siempre había sido muy cautelosa con todo, no fumaba, no bebía, no era promiscua; se dedicaba a aumentar su promedio académico para entrar en una de las universidades más prestigiosas del país y de repente tenía sida.

¿Qué dijiste? Dijo la madre viendo a su hija, serena en un sillón, casi ajena a sus propias palabras. Tengo sida, el doctor Burns me contagió, contagió a otros cuatro también. Los padres se miraron, se levantaron de golpe y fueron hasta ella. Fue su padre quien reaccionó de la peor manera, la sacudía como si fuese una muñeca dañada e intentara arreglarla de ese modo. De pronto todo era gritos y desesperación, ella escuchaba todo desde lejos. Pensaba en sus sueños, en su vida y en la última visita al odontólogo. ¿Cuándo habría sido?, ¿aquella última vez o la primera vez que la atendió?, ¿qué la habría hecho la víctima perfecta para él? ¿Sus sueños? ¿Por qué tendría que morirse enferma de esa manera?

Iban en el auto, Joseph había buscado a su nieta Lauriel al colegio. Mary lo esperaba fuera del hospital Santa Esperanza. Cuando llegó su mujer se montó en el carro sin decir nada, no saludó a su nieta ni lo besó en la mejilla. ¿Qué pasa? Le preguntó él a ella, no dijo nada, con disimulo se secó una lágrima y le dijo llevemos a la niña. No hablaron más.
Cuando llegaron a casa, ella subió las escaleras, bajó 20 minutos más tarde, se sirvió una copa de vino y le dijo a su marido tengo sida. El odontólogo me contagió. A la misma hora en el centro de la ciudad un hombre firmaba una carta en su oficina, a los cinco minutos se escuchó una detonación.

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