Se miraron. Por fracciones de segundos ella estuvo tentada a besarlo y olvidar las palabras. Él, a duras penas, se controlaba, pero no podía evitar mirarla allí apoyada de la pared. El cabello le caía un poco más abajo de los hombros que en esa ocasión estaban desnudos y brillaban con la luz de la lámpara del corredor de aquella pequeña posada.
Sentía el impulso de besarle los labios apenas con rastros de labial, no se decían nada. Ella lo miraba a contraluz, parecía un ángel. Unos minutos más de silencio "¿me vas a besar?" se atrevió a preguntarle y él, sorprendido en el acto sonrió, aún a contraluz ella pudo ver su boca estirarse pícaramente " ¿qué crees?" le preguntó . Ella levantó un poco la vista, lentamente, "¿qué te dice mi cuerpo?".
El corredor estaba vacío, sólo la luz temblorosa de las lámparas alumbraban sus siluetas. Él sonrió nuevamente y la contempló un poco más, parecía de porcelana. Su mano se aproximó a los hombros de ella, la rozó, "estás tensa, a la expectativa", bajó por su brazo, le tomó la mano, se la apretó "está fría, ¿temes que algo suceda?"; ella lo miró retante pero no dijo nada.
Tras unos segundos le soltó la mano, volvió a acariciar sus hombros, se detuvo en el cuello y sin tocarla bajó a su pecho agitado "¿quieres que te bese?". Ella no dijo nada, él volvió a rozar sus hombros, la miró "le preguntaré a tus labios" y los delineó con la dulzura de un pintor que traza una última línea, los labios se entreabrieron como una rosa.
Y la besó como había deseado hacerlo desde que la vio, ella lo besó como lo había querido siempre, sin prisa, sin pausa, sin prohibiciones; allí en la semipenumbra del corredor se olvidaban de todos, se entregaban en el beso que habían esperado desde siempre.
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