Tuesday, August 28, 2007


IV

Había pasado un año desde aquel encuentro clandestino, la desgastada Torre París parecía entonces un edificio tan viejo que ella tuvo que parpadear varias veces para entender que estaba allí nuevamente, que el refugio de amor que con tanto romanticismo había evocado era en la claridad del día, un sombrío edificio.

No avisó de su llegada, mantenía en sus manos la cajetilla de fósforos que estaba intacta salvo por algunas señales de tinta corrida. Llamó a la puerta, ésta vez con la certeza de que se quedaría allí para siempre, pasaron dos minutos o tres antes de que se abriera. Entonces se topó de frente con el mismo hombre que la había hecho renacer, sin cruzar palabras lo besó.

Se aferró a él, tan fuerte como sus ganas se lo pedían; no dejaba de besarlo, le tocaba la cara, palpaba su cuerpo para asegurarse que no era un delirio suyo, que era real, que la Torre París seguía siendo la de siempre.
¿Por qué no la desnudaba de una vez?, ¿por qué sentía que se alejaba de su cuerpo?, se separó para mirarlo bien, algo pasaba.

Tan pronto como se vio librado de ella, le dio la espalda y se arrinconó junto a la ventana. Ella lo siguió. La luz que bañaba su rostro lo hacía parecer más arrogante.
-No avisaste que vendrías.
-Vine para quedarme- dijo apretando la cajetilla de fósforos.
-¿Lo dejarás todo?
-Todo.
-Entonces no puedes quedarte.

Se miraron, ella sabía que ése era el hombre que la haría feliz, que ella lo haría feliz, no entendía por qué la rechazaba.
- Tienes un hijo, no puedes dejarlo-dijo mirando a la calle- no serás tan egoísta como para lastimarlo por mi.
- ¿Te parece egoísta querer ser feliz?
- No me entiendes, no me comprometo, soy así como me conociste.
- Y sé que soy la mujer que te hace feliz.
-Lo haces, pero pronto llegará otra, siempre hay otra.

Se acercó a él.
-Entonces siempre hay “París” para las demás.
-Así es-dijo mientras encendía un cigarrillo.

Instintivamente miró hacia la habitación, las sábanas revueltas como la última vez, la ropa en el suelo.
-No estoy solo, le confirmó.

El mundo se le vino abajo en un instante, la maletita de sueños yacía en la entrada de aquel rincón de “París”. Respiró profundo, se acercó más a él, olió su cuello, allí seguía ese olor a perfume de hombre y cigarrillos.
-“Siempre nos quedará París”- se despidió ella en un susurro, tomó su maleta y salió.
-No hubieses sido feliz sin tu hijo, se dijo, recordando el olor de su pelo largo y el sabor de sus besos desesperados. La vio tomar el taxi, suspiró, apagó el cigarrillo y la siguió con la vista hasta que sólo quedó la calle desierta.

Sunday, August 19, 2007


III

Un beso ahogó su risa. El momento antes tenía frente a sí a un desconocido, la figura corpórea del Adonis que tantas veces soñó en sus lecturas nocturnas. Se dejó llevar. El taxi los dejó en un edificio, subieron al ascensor en el que se desvestían, abrieron la puerta de un apartamento pequeño, inmerso en la oscuridad salvo por la tenue luz de una lámpara vieja.

Estaba hambrienta de locura, se dio cuenta mientras caía en aquella cama desconocida y se dejaba guiar por un hombre al que conocía a través de las letras bohemias de sus trovas.
–Si pudiera volver a nacer- pensaba, y se sumergía en otro delirio, sustituyendo por gemidos el pensamiento que anidaba en su cabeza –si pudiera volver a nacer… me hubiese casado contigo.

Estuvo a punto de decírselo minutos antes de irse de vuelta a su realidad, miraba la pose de él a través del espejo, desenfadado, semidesnudo, con un cigarrillo en una mano y una cajetilla de fósforos en la otra. Le hubiese dicho allí mismo que lo amaba, pero la voz grave de aquel amante la interrumpió.
-No digas nada, sé lo que estás pensando, no lo hagas- La miró con aquella mirada que la había hipnotizado antes de robarle un beso, empujó la cajetilla de fósforos que había garabateado y volvió a su rincón.

Contuvo el aliento cuando él le pidió callar, era su despedida; antes de irse lo vio nuevamente y se fue aferrada al único recuerdo palpable que él le había dejado.
“Siempre nos quedará Paris” había escrito con tinta negra en la cajetilla de fósforos, “siempre nos quedará París” se repitió ella antes de que el taxi echara a andar, dio un último vistazo al edificio, la torre París se erguía frente a sí.

Thursday, August 16, 2007

II
Cuando el avión se detuvo, también lo hizo su corazón. El pesar, la amargura y el silencio se adueñaron de ella, el único escape que tenía estaba en su cabeza, en los recuerdos de ese fin de semana, en las letras que le dedicó aquel hombre en una cajetilla de fósforos.

A medida que avanzaba hacia su esposo y su hijo dejaba atrás la maravilla de haber vuelto a nacer, de sentirse mujer. Se preguntó si él sabría que ella en un par de días, había llegado a extremos placeres, que otro hombre la había tomado como en su adolescencia lo soñó.

Un beso en la boca. Un hola mi amor. Cargó al niño en sus brazos y se fue rumbo a su vida monótona, a la intimidad aburrida. Él, su esposo, la siguió percibiendo el aroma de cigarrillo y perfume de hombre en la larga melena de su mujer, se detuvo un instante, la miró caminar junto a su pequeño de 2 años. ¿Habría estado con otro?, se lo preguntó mirándola caminar y sacudió la cabeza en un involuntario gesto de negación.

Thursday, August 09, 2007


I
Allí estaba ella en el Terminal del aeropuerto, sentada con las piernas muy juntas tratando de mantener el aroma, la sensación que la boca de él le había dejado en el cuerpo. La luz penetraba por las inmensas ventanas de la puerta de embarque, en su dedo destellaba débilmente el dorado aro que llevaba desde hacía 10 años, lo miró con pena, dentro de poco volvería a su aburrida vida de esposa, madre y al pequeño bufete de abogados que dirigía.

Si tan solo se cayera un avión, hubiese un terremoto o alguna calamidad de esas que detiene al mundo ella podría quedarse un día más en esa tierra que no era la suya, con aquel hombre que no era su esposo. Porque morder de aquella manzana lejana le había hecho vivir; probar de esa fruta misteriosa la había hecho adicta a un amor loco, a la pasión desenfrenada que salvo entre las sábanas –o en cualquier lugar de la habitación- podía apaciguar, luego de besos, arañazos y caricias que sólo aquellas manos sabían darle, esas manos que no lucían el anillo gemelo al de ella, las mismas que estaban condenadas a pasiones furtivas.

El llamado a abordar el avión la hizo despertar, miró por encima de su hombro esperando que su loco amante la tratara de detener. No estaba, él se había quedado en su rincón fumando un último cigarro, envuelto en aquellas sábanas sudadas de desenfreno.

Sunday, August 05, 2007

Míralo allí con sus botas opacas y el chaleco de gamuza desgastado por el tiempo; su carita empolvada no disimula los años que pesan en esos pies cansados de zapatear. Minúsculo, en su pose de bailarín noble recuerda a una desequilibrada marioneta, a un triste muñeco de madera.

Castañuelas mudas, delirios de viejo, pobre muñeco sin gracia que intenta volver atrás; a sus años de mozo, a las luces y los aplausos nobles de un público digno de ver al Galillo actuar.